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La historia de La Melonera
Nov 17, 2020

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wineblog

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vivir espacio natural

La historia de La Melonera es una historia de esfuerzo, superación, amor e ilusión.

La bodega La Melonera es parte fundamental de The Wine & Country Club. Y como ocurre con todo en torno a este proyecto, se trata de una bodega que es pura emoción, pasión por una tierra agradecida y un auténtico proyecto de vida. Una historia que pasará de generación en generación como la de un equipo de personas entusiastas que supieron ver el potencial de la recuperación, del cuidado con mimo y tradición, para crear algo nuevo, innovador que perdurará en el tiempo.

La historia de La Melonera es una historia de esfuerzo, superación, amor e ilusión. Atributos que se comparten en su totalidad en The Wine & Country Club. Porque hacer las cosas desde la pasión nos ha enseñado que es la única forma de hacerlas bien.

Un sueño, un reto

Fue una tarde de abril del año 2003 cuando el equipo de La Melonera tuvo la visión de hacer algo diferente, algo que dejara huella, y que al mismo tiempo rindiera homenaje a toda una vida dedicada al cultivo de la vid.

Así fue como, un grupo de inversores apasionados, se embarcaron en la aventura de encontrar el mejor enclave para la creación de unos vinos únicos. ¿El reto? Recuperar para la región de Ronda —y para el mundo— una tradición vitivinícola con más de 3.000 años de antigüedad.

La Serranía de Ronda fue el enclave escogido, pero no sin antes documentarse a fondo.

Tras semanas entre los interminables volúmenes de la biblioteca privada del Castillo de Perelada, propiedad de la familia Suqué Mateu, la respuesta apareció entre las páginas de un libro escrito en 1807 por Simón de Rojas Clemente, en el que se detallaban las incomparables características de la Serranía de Ronda y su antiquísima tradición vitivinícola, interrumpida a fines del XIX por la plaga de la filoxera.

Tras la plaga, las variedades autóctonas fueron exportadas a todo el orbe gracias a su calidad y su cercanía con los puertos de embarque hacia el nuevo mundo. Los viajeros románticos del XIX como el hispanista Richard Ford o el primer ministro inglés Benjamin Disraeli pasaban por allí camino de Granada en lo que se conoció como el Great South Tour, y literatos de la talla de James Joyce, García Lorca o Hemingway, cantaron sus alabanzas a esta tierra de cielos interminables, de sol y de buen vino.

Enclavada en el corazón de la provincia de Málaga, allí donde los relieves rocosos del sur descienden hacia las costas del Mediterráneo, la Serranía de Ronda ha hecho gala de su fama vitivinícola desde el tiempo en que los fenicios la ocuparon por primera vez, allá por el año 1200 A. de C. Y es que la Serranía de Ronda ofrece unas condiciones geográficas y climáticas inigualables para la crianza del vino. 

El lugar idóneo había aparecido ante ellos como una revelación. Ahora entraba en juego el trabajo de recuperación de esas cepas milenarias.

Cuando el sueño se convierte en una realidad

Con paciencia y con mimo fueron rastreadas y recuperadas las cepas autóctonas para devolverlas a esa tierra bañada por el sol mediterráneo, por los vientos del Atlántico y por una tradición de vides que data del tiempo de los fenicios. 

La bodega La Melonera nació con la vocación de recuperar esas cepas con más de 3.000 años de adaptación al terreno para generar una viticultura de excelencia que viniese a enriquecer el monótono panorama de los vinos mundiales.

Paradójicamente, la innovación vendría dada por la recuperación de algunas de las uvas con más larga tradición vitivinícola del planeta y que serían el germen de la viticultura del nuevo mundo, como son la Tintilla, la Blasco, la Rome y la Melonera, entre otras.

Y al tiempo que los trabajos de recuperación se llevaban a cabo, el equipo de expertos de la finca también se ocupó de incluir dichas cepas históricas en los registros actuales, ya que en la mayoría de los casos de habían dado por extintas de embarque hacia el nuevo mundo. 

Al final el sueño no acababa en recuperar esa historia ancestral, sino que se extendía más allá, buscando crear una forma de hacer y un producto final que imprima carácter y huella con el paso del tiempo. Desde la disposición de los viñedos hasta la forma en que son cultivados, todo combina un profundo respeto por la agricultura ecológica con una variedad de condiciones que enriquece enormemente las posibilidades creativas.

Todo eso redunda en un modo de hacer que no responde en ningún caso a un ecologismo de manual, sino a un verdadero compromiso con lo que este tipo de práctica representa en una actividad tan paciente y minuciosa como es la crianza de la vid.

Poco a poco los esfuerzos han ido dando sus frutos, y hoy, con sus vinos La Encina del Inglés y Payoya Negra, aquel viejo sueño es una realidad muy concreta.