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Ronda, el último paraíso andaluz
Oct 22, 2020

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wineblog

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vivir espacio natural

“¿Dónde aquel embeleso, aquella ansia de ciudad típica andaluza, de mejor pueblo, aquella seguridad para después, aquel tiempo detenido? Esta es, aquí está Ronda, Serranía de Ronda.”
“Ronda alta y honda, rotunda, profunda, redonda y alta…”. 

Juan Ramón Jiménez.

Describía a la perfección el poeta Juan Ramón Jiménez el esplendor de Ronda en su obra. Y no fue el único. Alberti, Lorca, Borges e incluso Hemingway dedicaron palabras de afecto a esta ciudad. 

Ciudad de ensueño, destino del viajero romántico que imagina una tierra de bandoleros y toreros. Ronda es una de las grandes maravillas del sur de Europa. Tal es la fascinación que despierta que por todos es conocida como la “ciudad soñada”.

Una ciudad en altura, desde la que divisar el esplendoroso decorado verde que arrojan la Sierra de las Salinas, la Sierra de Hidalga y, sobre todo, la Sierra de las Nieves, de la que es imposible no estar enamorado.

Ronda, el verdadero sabor de Andalucía

 

No hay lugar en el mundo capaz de desprender tal magia. Una ciudad regada por el Guadalevín y separada en dos por un cañón y, a su vez, unida por una maravilla arquitectónica de más de 100 metros de altura, el Puente Nuevo. Una ciudad con sus edificios al borde del abismo, esas calles empedradas de esas que roban el corazón y una arquitectura señorial propia del siglo XIX. Una ciudad singular e inimitable, una ciudad con charme.

 

Escribía sobre Ronda otro gran poeta, Rilke, tras recalar en la ciudad durante un tiempo:

“… el incomparable fenómeno de esta ciudad, asentada sobre la mole de dos rocas cortadas a pico y separadas por el tajo estrecho y profundo del río, se correspondería muy bien con la imagen de aquella otra ciudad revelada en sueños. El espectáculo de esta ciudad es indescriptible, y a su alrededor, un espacioso valle con parcelas de cultivo, encinas y olivares. Y allá al fondo, como si hubiera recobrado todas sus fuerzas, se alza de nuevo la pura montaña, sierra tras sierra, hasta formar la más espléndida lejanía.”

“…por eso fue un maravilloso acierto haber dado con Ronda, en la cual se resumen todas las cosas que yo he deseado: una ciudad española atalayada de un modo fantástico y grandioso…”.

 


Y es que Ronda lo tiene todo. Abrazada por fértiles parques naturales, de gran riqueza natural en los que conviven infinidad de especies animales y vegetales, Ronda despliega en su interior un casco histórico que alberga algunos de los monumentos más importante de Andalucía. Sus calles, mantienen el sabor de las historias allí vividas. Su belleza sencilla y abierta, cuajada de estremecedores barrancos, deja sin palabras a autóctonos y visitantes.

Sus atardeceres, de un rojo que atrapan, contribuyen a crear esa atmósfera de ciudad exótica en su abandono, aislada y desconocida a veces, bulliciosa otras.

 

Tierra de bandoleros

 

La perspectiva elevada de la ciudad permite una impresionante panorámica de la Sierra de las Nieves, refugio de bandidos. De hecho, hasta 1934 fue territorio del último bandolero andaluz, Juan José Mingolla, o lo que es lo mismo, Pasos Largos, un granuja cuya historia merece la pena conocer.

Tal es la historia bandolera de Ronda que la ciudad alberga el Museo del Bandolero, un lugar de interés turístico idóneo para conocer las románticas y trágicas historias de El Tragabuches, El Tempranillo o El Pernales, entre otros muchos. 

Sin embargo, la realidad es que no hay palabras para describir a Ronda. No le hacen justicia. La forma en que la ciudad se posa en la parte superior de las paredes del desfiladero que de repente aparece de la nada tiene que ser vista para creer, y la historia de esta fortaleza es demasiado fascinante como para vivirla en vez de leerla.